Gala de Clausura del XVII Festival Internacional de Ballet de Miami
El domingo 16 de septiembre del 2012, en el Teatro Olympia del Gusman Center for the Performing Arts de la ciudad de Miami, tuvo lugar la Gala de Clausura de las Estrellas del XVII Festival Internacional de Miami, donde luego del discurso de apertura de la gala, a cargo del señor Pedro Pablo Peña, director del festival, se le oto...
El domingo 16 de septiembre del 2012, en el Teatro Olympia del Gusman Center for the Performing Arts de la ciudad de Miami, tuvo lugar la Gala de Clausura de las Estrellas del XVII Festival Internacional de Miami, donde luego del discurso de apertura de la gala, a cargo del señor Pedro Pablo Peña, director del festival, se le oto...
rgó el premio “Crítica y cultura de ballet” al señor Rene Sirvin, renombrado crítico de danza, que trabajó desde 1979 hasta el 2005 en la oficina editorial para las artes escénicas del periódico parisino Le Figaro, y es autor de más de 10.000 artículos y entrevistas relacionados con el mundo del espectáculo en su larga y fructífera carrera.
Luego de las palabras de agradecimiento del señor Sirvin, la primera parte de la Gala de Clausura comenzó, al igual que la noche anterior, con Golberg Variations (Variaciones de Golberg), un pas de deux coreografiado por Heinz Spoerli, con música de Johan Sebastian Bach, que fue bailado por Sarah-Jane Brodbeck y Stanislav Jermakov, del Ballet de Zurich.
Sarah, una bailarina de hermosa línea y estilizada figura, mostró buenas puntas y extensiones, pero sin posibilidades para más debido a la escueta coreografía, y Stanislav fue en todo momento su solícito acompañante, sin penas ni glorias.
A continuación, la Compañía de Danza Vórtice, de Portugal, cuyo director artístico es Rafael Carriço, trajo Your Majesties, Welcome to the Anthropocene, con coreografía del propio Carriço y de Cláudia Martins, donde, con dos discursos de fondo –“Your Majesties” y “Welcome to the Antropocene” – y un collage musical conformado por And Ever We Fight on, de Joris de Man; Time Lapse, de Michael Nyman; Preludio en G minor op. 23, de Rachmáninov; Pyramid Song, de Zeds Dead, y el Concierto para violin No. 1, 1er movimiento, de Phillip Glass; Rafael Carriço, Maria Diogo, Cláudia Martins, Fábio Simões y Jesús Sanfiel –quien se incorporó debido a la ausencia de uno de los bailarines originales previstos– ofrecieron una inquietante alegoría de la convulsión política, la violencia y la proliferación de armas que existen en el mundo actual, que ya había sido mostrada en la Gala de Danza Contemporánea del Teatro Amaturo de Broward.
Me repito entonces: “Un hombre sin cabeza, de traje, iluminado a su vez por dos soldados con linternas, camina por la escena a oscuras, toma luego una luz en cada mano y nos enfoca, para luego desplomarse y ser arrastrado fuera del escenario por los dos militares, que regresan para una danza sincronizada de movimientos desconcertantes y repetitivos, sobre un óvalo de luz –como un eco el uno del otro– y de repente se salen de esa rutina, se cargan y se abrazan (¿?).
“La obra incluye a una mujer con un bastón –creo que es la primera vez que veo a un personaje discapacitado en un ballet–, a la que uno de los soldados le trae una silla, donde la dama, a los acordes de una evocadora canción que nos dice “Estoy llena toda de ti” (I am full of all of you), demostró que aun en una silla y con un bastón como impedimenta una mujer puede ser sutilmente sensual.
“Otro hombre acéfalo –algo también sumamente original–, ahora un soldado (¡qué peligrosa una sociedad en la que ni el hombre común ni el militar tengan cabeza!), porta una bandera norteamericana y la sitúa al lado de la silla, donde interactúa con la dama en cuestión pistola en mano, la abraza, la carga, y se la lleva…., dando lugar a tantas lecturas como conceptos inquietantes tiene este sugestivo ballet contemporáneo”.
Chie Kudo y Raydel Cáceres, del Ballet de California, fueron los encargados de regresarnos a lo clásico, con el pas de deux del ballet Festival de la flores de Genzano, con coreografía de August Bournonville y música de Edvard Helsted y Holger Simon Paulli.
Desde el agradable y fino vestuario –en blanco con elegantes adornos en rojo–, su desempeño fue un regalo total para la vista.
En el adagio, Raydel sobresalió por su ágil trabajo de pies, buenos saltos y excelentes giros, además de por su atento trabajo como partenaire de Chie, quien, a su vez, impresionó con sus extensiones –una de ellas en planta a 180 grados– sin aparentemente grandes esfuerzos, y todas con una línea perfecta.
En las variaciones, ambos volvieron a hacer gala de los atributos mencionados, aunque los giros de Raydel estuvieron más lentos, y Chie tuvo dificultades para “clavarse” en punta, le faltó elevación en sus jettés, y su diagonal de giros estuvo correcta pero corta.
En la grata coda, Chie cerró con una admirable extensión en punta, apoyada en su compañero, lo que ratifica que las extensiones son su mayor fortaleza como bailarina.
Rebecca King y Michael Stipa, del Ballet Nacional Checo, con Empty Title, coreografía de Petr Zuska
y música de Elvis Costello / Brodsky Kvartet, alternaron en una misma pieza dos estilos y dos atmósferas completamente diferentes, con admirables transiciones dramáticas entre una y otra, y una técnica impecable. “O.K, dancers, well done; thank you”, tal y como les dijo una voz en off al finalizar su actuación.
Tal parece que fue con toda intención que estos bailarines checos se atrevieran con un tango –que bailaron con intensidad y total concentración–, para dar paso luego a Nadia Muzyca y Federico Fernández, procedentes nada menos que del Ballet Estable del Teatro Colón, de Argentina, la patria de ese género musical, con Encuentro, coreografiado por Lidia Segni –directora también de la compañía– y música de Astor Piazzola.
Nadia y Federico brillaron por su ágil, coordinado y sensual trabajo de pareja, acorde en todo momento al espíritu del tango de Piazolla que estaban intepretando, en el que ambos intercalaron unos grand jettés formidables, sin violentar en lo absoluto la lírica rioplatense de su entrega.
Una grata sorpresa de la noche fue la inclusión de Milena Rodríguez y Julio Concepción –jóvenes bailarines cubanos recién llegados a Miami, después de abandonar una gira del Ballet de Camagüey al que pertenecían– en representación del Ballet Clásico Cubano de Miami, dirigido también por el maestro Pedro Pablo Peña.
Milena y Julio escogieron el pas de deux del tercer acto del ballet Don Quijote, con coreografía de Marius Petipa
y música de Ludwig Minkus, para su debut miamense.
En el adagio, Milena hizo alarde de sus extensiones en punta a 180 grados, y me agradó mucho su expresión facial y su entrega al baile, sonriente y retadora a la vez, a pesar de los nervios y del poco ensayo, mientras que Julio fue un partenaire atento en todo momento a su compañera, y salió airoso de la difícil prueba de las “agarradas” que lleva este adagio.
En las variaciones, Julio “cumplió” con los saltos y giros de la coreografía –aunque en algunos terminó antes que la música– y Milena con los reglamentarios fouettés, intercalados con pirouettes, sin desplazarse del lugar, pero terminó de espaldas al público, cosa que debe subsanar.
En la segunda parte, tras el intermedio (aderezado con una música ajena al tipo de espectáculo que se estaba ofreciendo, como ya es costumbre en este teatro), Monica Pelfrey, del Summer Jones American Choreographer (USA), y Luca Giaccio, del Ballet de la Ópera de Roma (Italia) –con una bellísima casaca diseñada por Roger Salas, el eminente crítico de ballet del periódico El País–, se arriesgaron con el Grand Pas de deux del segundo acto del ballet Giselle –una verdadera prueba de fuego para cualquier bailarín–, con coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, y música de Adolphe Adam.
Monica inició el adagio con los correspondientes giros en planta, rematados con una extensión también en planta a 180 grados, pero Luca tuvo problemas con la sujeción de su compañera al hacerla girar, y le faltó elevación en las cargadas.
En las variaciones, Monica realizó un buen trabajo de pies, sobre todo en los entrechats, mas Luca se quedó por debajo de las expectativas del público, luego de haberle visto en La muerte del cisne y en Bata, donde brilló y convenció, pues ahora le faltó elevación en los saltos, y los giros los realizó con evidente esfuerzo.
Yuka Oba y Kyohei Yoshida, del Ballet de Grand Rapids (USA), salieron a escena para interpretar el pas de deux del ballet Esmeralda, coreografiado por Marius Petipa y
música de Cesare Pugni, donde mostraron un elegante trabajo en el adagio, con excelentes cargadas y giros, y tres clavadas en punta de Yuka sostenida por la mano de Kyohei.
En las variaciones, Kyohei hizo gala de su gran bravura técnica, con impresionantes saltos con cabriolas a gran altura, una diagonal de vertiginosos giros hasta el medio del escenario, y un óvalo de saltos también espectaculares, con volteretas acrobáticas incluidas; y Yuca, pandereta en mano, ejecutó una media diagonal en punta, para luego enfrascarse en unos fouettés sencillos en los que no debió desplazarse del lugar como lo hizo.
Ya cesados los aplausos del público, entusiasmado por el virtuosismo “pirotécnico” de Kyohei, Claudia Mota da Silva y Denilson Vieira, del Ballet del Teatro Municipal de Río de Janeiro (Brasil) nos trajeron algo más reposado, más romántico: el pas de deux del ballet Romeo y Julieta, con coreografía de John Cranko y música de Serguéi Prokófiev, donde tanto en el adagio como en las variaciones hubo un equilibrio perfecto entre técnica e interpretación por parte de los dos bailarines brasileños.
Alihaydée Carreño y a Marcos Rodríguez, del Ballet Nacional Dominicano, dirigido por Marinella Sallent, volvieron a brindar una clase magistral de lo que es bailar con buen gusto y entrega absoluta, como ya apunté en mi reseña de la noche del sábado 15.
La diva cubana estuvo acompañada de modo excelente por Marcos, su joven partenaire dominicano, en el pas de deux del ballet Manon, con coreografía de Kenneth MacMillan y música de Jules Massenet, “con cargadas delicadas y tiernas, giros vertiginosos y elegantes saltos”, que nos dejaron con deseos de seguir viéndolos bailar.
Y como cierre de esta magnífica gala, Cassandra Trenary y Joseph Phillips, del American Ballet Theatre (USA), vistieron los trajes de los personajes principales del ballet El corsario para interpretar su socorrido pas de deux.
Tras un correcto y agradable adagio, sin imprecisiones ni fallos –y con una magnífica cargada–, en las variaciones Joseph nos regaló unos saltos –con cabriolas en el aire– impresionantes; raudos giros, y un óvalo de saltos con volteretas intercaladas made in USA muy reconfortantes.
Cassandra, por su lado, realizó una diagonal de giros correcta, y luego un óvalo de piqués sin mayores complicaciones.
Joseph repitió sus hazañas acrobáticas, pero ahora no cayó bien al terminar su secuencia de saltos, y Cassandra “cumplió” con unos fouettés simples, clavada en el lugar, aunque tampoco terminó en la posición correcta, para luego, en la coda, tras los vertiginosos giros de él y la diagonal de ella, adoptar esa pose efectista del final de este pas de deux que siempre nos cautiva.
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para el arte público
Miami, 29 de septiembre del 2012
Luego de las palabras de agradecimiento del señor Sirvin, la primera parte de la Gala de Clausura comenzó, al igual que la noche anterior, con Golberg Variations (Variaciones de Golberg), un pas de deux coreografiado por Heinz Spoerli, con música de Johan Sebastian Bach, que fue bailado por Sarah-Jane Brodbeck y Stanislav Jermakov, del Ballet de Zurich.
Sarah, una bailarina de hermosa línea y estilizada figura, mostró buenas puntas y extensiones, pero sin posibilidades para más debido a la escueta coreografía, y Stanislav fue en todo momento su solícito acompañante, sin penas ni glorias.
A continuación, la Compañía de Danza Vórtice, de Portugal, cuyo director artístico es Rafael Carriço, trajo Your Majesties, Welcome to the Anthropocene, con coreografía del propio Carriço y de Cláudia Martins, donde, con dos discursos de fondo –“Your Majesties” y “Welcome to the Antropocene” – y un collage musical conformado por And Ever We Fight on, de Joris de Man; Time Lapse, de Michael Nyman; Preludio en G minor op. 23, de Rachmáninov; Pyramid Song, de Zeds Dead, y el Concierto para violin No. 1, 1er movimiento, de Phillip Glass; Rafael Carriço, Maria Diogo, Cláudia Martins, Fábio Simões y Jesús Sanfiel –quien se incorporó debido a la ausencia de uno de los bailarines originales previstos– ofrecieron una inquietante alegoría de la convulsión política, la violencia y la proliferación de armas que existen en el mundo actual, que ya había sido mostrada en la Gala de Danza Contemporánea del Teatro Amaturo de Broward.
Me repito entonces: “Un hombre sin cabeza, de traje, iluminado a su vez por dos soldados con linternas, camina por la escena a oscuras, toma luego una luz en cada mano y nos enfoca, para luego desplomarse y ser arrastrado fuera del escenario por los dos militares, que regresan para una danza sincronizada de movimientos desconcertantes y repetitivos, sobre un óvalo de luz –como un eco el uno del otro– y de repente se salen de esa rutina, se cargan y se abrazan (¿?).
“La obra incluye a una mujer con un bastón –creo que es la primera vez que veo a un personaje discapacitado en un ballet–, a la que uno de los soldados le trae una silla, donde la dama, a los acordes de una evocadora canción que nos dice “Estoy llena toda de ti” (I am full of all of you), demostró que aun en una silla y con un bastón como impedimenta una mujer puede ser sutilmente sensual.
“Otro hombre acéfalo –algo también sumamente original–, ahora un soldado (¡qué peligrosa una sociedad en la que ni el hombre común ni el militar tengan cabeza!), porta una bandera norteamericana y la sitúa al lado de la silla, donde interactúa con la dama en cuestión pistola en mano, la abraza, la carga, y se la lleva…., dando lugar a tantas lecturas como conceptos inquietantes tiene este sugestivo ballet contemporáneo”.
Chie Kudo y Raydel Cáceres, del Ballet de California, fueron los encargados de regresarnos a lo clásico, con el pas de deux del ballet Festival de la flores de Genzano, con coreografía de August Bournonville y música de Edvard Helsted y Holger Simon Paulli.
Desde el agradable y fino vestuario –en blanco con elegantes adornos en rojo–, su desempeño fue un regalo total para la vista.
En el adagio, Raydel sobresalió por su ágil trabajo de pies, buenos saltos y excelentes giros, además de por su atento trabajo como partenaire de Chie, quien, a su vez, impresionó con sus extensiones –una de ellas en planta a 180 grados– sin aparentemente grandes esfuerzos, y todas con una línea perfecta.
En las variaciones, ambos volvieron a hacer gala de los atributos mencionados, aunque los giros de Raydel estuvieron más lentos, y Chie tuvo dificultades para “clavarse” en punta, le faltó elevación en sus jettés, y su diagonal de giros estuvo correcta pero corta.
En la grata coda, Chie cerró con una admirable extensión en punta, apoyada en su compañero, lo que ratifica que las extensiones son su mayor fortaleza como bailarina.
Rebecca King y Michael Stipa, del Ballet Nacional Checo, con Empty Title, coreografía de Petr Zuska
y música de Elvis Costello / Brodsky Kvartet, alternaron en una misma pieza dos estilos y dos atmósferas completamente diferentes, con admirables transiciones dramáticas entre una y otra, y una técnica impecable. “O.K, dancers, well done; thank you”, tal y como les dijo una voz en off al finalizar su actuación.
Tal parece que fue con toda intención que estos bailarines checos se atrevieran con un tango –que bailaron con intensidad y total concentración–, para dar paso luego a Nadia Muzyca y Federico Fernández, procedentes nada menos que del Ballet Estable del Teatro Colón, de Argentina, la patria de ese género musical, con Encuentro, coreografiado por Lidia Segni –directora también de la compañía– y música de Astor Piazzola.
Nadia y Federico brillaron por su ágil, coordinado y sensual trabajo de pareja, acorde en todo momento al espíritu del tango de Piazolla que estaban intepretando, en el que ambos intercalaron unos grand jettés formidables, sin violentar en lo absoluto la lírica rioplatense de su entrega.
Una grata sorpresa de la noche fue la inclusión de Milena Rodríguez y Julio Concepción –jóvenes bailarines cubanos recién llegados a Miami, después de abandonar una gira del Ballet de Camagüey al que pertenecían– en representación del Ballet Clásico Cubano de Miami, dirigido también por el maestro Pedro Pablo Peña.
Milena y Julio escogieron el pas de deux del tercer acto del ballet Don Quijote, con coreografía de Marius Petipa
y música de Ludwig Minkus, para su debut miamense.
En el adagio, Milena hizo alarde de sus extensiones en punta a 180 grados, y me agradó mucho su expresión facial y su entrega al baile, sonriente y retadora a la vez, a pesar de los nervios y del poco ensayo, mientras que Julio fue un partenaire atento en todo momento a su compañera, y salió airoso de la difícil prueba de las “agarradas” que lleva este adagio.
En las variaciones, Julio “cumplió” con los saltos y giros de la coreografía –aunque en algunos terminó antes que la música– y Milena con los reglamentarios fouettés, intercalados con pirouettes, sin desplazarse del lugar, pero terminó de espaldas al público, cosa que debe subsanar.
En la segunda parte, tras el intermedio (aderezado con una música ajena al tipo de espectáculo que se estaba ofreciendo, como ya es costumbre en este teatro), Monica Pelfrey, del Summer Jones American Choreographer (USA), y Luca Giaccio, del Ballet de la Ópera de Roma (Italia) –con una bellísima casaca diseñada por Roger Salas, el eminente crítico de ballet del periódico El País–, se arriesgaron con el Grand Pas de deux del segundo acto del ballet Giselle –una verdadera prueba de fuego para cualquier bailarín–, con coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, y música de Adolphe Adam.
Monica inició el adagio con los correspondientes giros en planta, rematados con una extensión también en planta a 180 grados, pero Luca tuvo problemas con la sujeción de su compañera al hacerla girar, y le faltó elevación en las cargadas.
En las variaciones, Monica realizó un buen trabajo de pies, sobre todo en los entrechats, mas Luca se quedó por debajo de las expectativas del público, luego de haberle visto en La muerte del cisne y en Bata, donde brilló y convenció, pues ahora le faltó elevación en los saltos, y los giros los realizó con evidente esfuerzo.
Yuka Oba y Kyohei Yoshida, del Ballet de Grand Rapids (USA), salieron a escena para interpretar el pas de deux del ballet Esmeralda, coreografiado por Marius Petipa y
música de Cesare Pugni, donde mostraron un elegante trabajo en el adagio, con excelentes cargadas y giros, y tres clavadas en punta de Yuka sostenida por la mano de Kyohei.
En las variaciones, Kyohei hizo gala de su gran bravura técnica, con impresionantes saltos con cabriolas a gran altura, una diagonal de vertiginosos giros hasta el medio del escenario, y un óvalo de saltos también espectaculares, con volteretas acrobáticas incluidas; y Yuca, pandereta en mano, ejecutó una media diagonal en punta, para luego enfrascarse en unos fouettés sencillos en los que no debió desplazarse del lugar como lo hizo.
Ya cesados los aplausos del público, entusiasmado por el virtuosismo “pirotécnico” de Kyohei, Claudia Mota da Silva y Denilson Vieira, del Ballet del Teatro Municipal de Río de Janeiro (Brasil) nos trajeron algo más reposado, más romántico: el pas de deux del ballet Romeo y Julieta, con coreografía de John Cranko y música de Serguéi Prokófiev, donde tanto en el adagio como en las variaciones hubo un equilibrio perfecto entre técnica e interpretación por parte de los dos bailarines brasileños.
Alihaydée Carreño y a Marcos Rodríguez, del Ballet Nacional Dominicano, dirigido por Marinella Sallent, volvieron a brindar una clase magistral de lo que es bailar con buen gusto y entrega absoluta, como ya apunté en mi reseña de la noche del sábado 15.
La diva cubana estuvo acompañada de modo excelente por Marcos, su joven partenaire dominicano, en el pas de deux del ballet Manon, con coreografía de Kenneth MacMillan y música de Jules Massenet, “con cargadas delicadas y tiernas, giros vertiginosos y elegantes saltos”, que nos dejaron con deseos de seguir viéndolos bailar.
Y como cierre de esta magnífica gala, Cassandra Trenary y Joseph Phillips, del American Ballet Theatre (USA), vistieron los trajes de los personajes principales del ballet El corsario para interpretar su socorrido pas de deux.
Tras un correcto y agradable adagio, sin imprecisiones ni fallos –y con una magnífica cargada–, en las variaciones Joseph nos regaló unos saltos –con cabriolas en el aire– impresionantes; raudos giros, y un óvalo de saltos con volteretas intercaladas made in USA muy reconfortantes.
Cassandra, por su lado, realizó una diagonal de giros correcta, y luego un óvalo de piqués sin mayores complicaciones.
Joseph repitió sus hazañas acrobáticas, pero ahora no cayó bien al terminar su secuencia de saltos, y Cassandra “cumplió” con unos fouettés simples, clavada en el lugar, aunque tampoco terminó en la posición correcta, para luego, en la coda, tras los vertiginosos giros de él y la diagonal de ella, adoptar esa pose efectista del final de este pas de deux que siempre nos cautiva.
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para el arte público
Miami, 29 de septiembre del 2012